Noche con capa
Será una noche de una blandura hospitalaria, amorcillada, en poniente. Cuando subía por la escalera de caracol a través del vidrio comprobé que las nubes escalaban la pendiente, los cerros ya mismo serán otra blandura hospitalaria, uterina; no pasarán más de dos cuartos de hora antes de que el cintilar estelar se agote y dé inicio la lucha colosal de las estrellas que tratan de colarse entre los pliegues de la mortaja grisácea de las nubes para mayor solaz de la sensibilidad humana. Un balazo de luz, solo uno, hará que nazca la pausa, hará que callen los necios, hará que hable la poesía.
Sobre los goces
En las noches en las que el clima amenaza con velos, secretos y conspiraciones no conviene abrir las compuertas convexas para sacar el cañón del telescopio, las ruedas, rieles, mecanismos hidráulicos y poleas tienen que estarse callados mientras tomo un tanto de tiempo para apurar la talla del bargueño que terminaré ya mismo hace tiempo. Es una afirmación alterada, es cierto, es que estoy a punto de ello pero no termina de pasar. Haré una infusión de ruda, pondré a tocar al señor Dvorak, a lo mejor más tarde le pongo a cantar al señor Gardel, en solitario o a duo con doña Chabuquita; a lo mejor cantará las del epílogo la Omara Portuondo, mientras los escoplos troquelan por aquí y por acullá los rincones todavía llanos del bargueño. Y probablemente, prenderé las luces periféricas de esta enorme campana, la matriz que me acoge y desde donde me gusta perderme.
La cúpula
Que la haya pintado de azul estío y no púrpura tuvo motivos científicos aunque estoy dispuesto a escuchar los argumentos de otros que piensen en lilas, gris plomizo o blanco hueso. Debo reconocer que cuando tenga la brocha sangrante en la mano por seguro que prevalecerá mi llano deseo de ejercer propiedad sobre lo que es mío y la campana recibirá la undécima capa de azul estío. Mi ojo. Cíclope descomunal, pupila de alcance astronómico, extraordinario observador de las nimias efervescencias de los quásar, bóveda azul estío. Vivo en mi ojo, que es lo mismo que decir que habito mi visión del universo, es un nivel de compromiso suculento. Mi hogar es la oficina, se confunden los descubrimientos sobre la lógica matemática de las operaciones del universo con la realidad casi molecular de los pequeños objetos que pueblan el ojo y que me sirven. La bóveda es mi ancla a tierra, tanto así que ahora mismo firmo cualquier papel para sellar mi compromiso de aceitar los engranajes, pulir las perillas y balancearme como mono araña para limpiar los vidrios del observatorio.
Palabras sordas, oídos necios
Yo, Nubio Astrith, dueño del ojo, hijo de madre nacionalizada búlgara, estudios en Astrophysics Research Institute, contratos temporales en Canarias y México. Herencia. Remate de la arqueología industrial del municipio local. Compra. Adecuación. Aquí estoy. Algo de tiempo tomó completar el colosal lente de contacto, los vidrios del panel de la ventana que tiene un esqueleto exacto a las de las compuertas, la última defensa del telescopio, fabricado por la Casa Soleinti Lens. ¿Qué por qué…?, le ahorro el bochorno de la pregunta, no tengo familia y no tengo amigos, no me he casado y le voy a responder a pesar que su pregunta se sale del ámbito de esta conversación; se lo diré de esta manera: no me hace falta una compañera ni compañía, ni la una ni los otros entenderán mi estilo de vida. Que haya una sola hornilla sin horno, que mi ropa cuelgue de ganchos empotrados en la periferia norte, que el centro sea un sillón de última tecnología muy cercano del visor del microscopio estelar, que mi lecho no sea más que un catre de campaña ubicado en la exacta punta que la estrella de los vientos marca el sureste -los pies en esa dirección, claro-, que el único lujo sea lo que puede ver mi ojo, estos que son mis encantos serán solamente oropel de un sarcófago para cualquier relación con humanos. El último esfuerzo que hice a favor de la humanidad fue la fidelidad con mi madre pero después de eso ya no tengo más esperanzas ni quiero hacer más favores, de manera que no, no me casé y no me casaré, no tengo amigos ni los tomaré, no quiero compartir las miradas de mi ojo que se ha quedado sin horizonte por culpa de las nubes; yo me aferro a la expectativa del festival de agua y fuego que vendrá ya mismo, el de una tormenta que promete. Espero que el goteo ponga la percusión a la música que sonará y anime la taracea del bargueño; es probable que el exceso de electricidad del ambiente me quite fijeza para horadar con el punzón en canales mínimos. De suceder, he de recurrir a la motricidad gruesa, a colgar unas fotos que hoy retiré de la marquetería, de reproducciones de pinturas de R. Reschreiter con motivos andinos y con aires épicos. Tengo, tras la mesa donde trabajo la madera, algunos trozos que sobraron a los que les he dado la misma curvatura que las paredes del hogar, para que objetos como los cuadros que pudiera colgar no tengan un espacio vacío entre el marco y la pared. No cejaré de luchar para que el mundo tenga más objetos curvos: los cuadros planos se separan del mundo, las láminas combadas restablecen el equilibrio: esta es una teoría inacabada que terminaré ya mismo hace tiempo. Mi casa, mi ojo, el observatorio en el que vivo es redondo en todos los puntos cardinales menos en el piso, en el abajo. Todo aquel objeto utilitario para el hogar debe tener el lomo convexo, es decir, salvo dos cosas que están y estarán en el centro, el sillón y el telescopio, el resto ha de de tener una giba horizontal. Ya mencioné las fotos enmarcas y hablaré también el catre, el sofá, las sillas, la refrigeradora, la puerta.
La mota
Vaya, no hubo ni percusión ni fuego venido del cielo, más bien las nubes andan en desbandada y se llevan consigo el agua. Ni tanto que le han dado tiempo de cantar a Gardel ni le dejado una oportunidad al bargueño de quedar terminado. Esperaré un minuto para abrir el lente de contacto de mi ojo. Ya casi se desnuda el cielo y lloverán los guiños de siempre de las estrellas amorosas. A lo mejor se dejará ver el meteoro cuyo vuelo sigo desde hace meses; no he registrado la trayectoria en unos diez días para sorprenderme a mí mismo; es uno de aquellos juegos de onanismo que sirven para mostrar la admiración que trae consigo una serendipia, Nubio, científico, descubre esto y lo otro y le estalla el ego ante el reconocimiento de la comunidad internacional. En este momento, que esté tanto más lejos o más cerca es ya una constatación valiosa. Y sí, lo he visto, se ha acercado mucho más de lo que había calculado, será un placer seguir todos los pasos de su impacto contra la Tierra, colisión colosal. Sobrevivirá mi ojo. Con una basura.
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