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    ximena samaniego en Reliquias
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Elías

Si se suman el Sorayita, el Ciudad de Manta y el Santa Mariana con sus redes y atarrayas, las 83 hectáreas de terreno arenoso y los cuarenta chivos, Elías era el soltero más cotizado del pueblo. Las demandantes de los quilates se contaban tres, eliminada como fuera de la refriega la amorosa Elvira, por tuerta y genio de ponzoña; con ella no se casaba ni un tuerto genio de ponzoña. Y quedaban en realidad solamente dos desde el 23 de octubre; en el éxtasis del desamor, Maricarmen se colocó tres cohetes de luces artificiales en el trasero e iluminó con brillantez erudita una noche de buena pesca de sardina.
El cuerpo de los pescadores, también del valioso Elías, es más o menos común, si es labor marina de naves de poco calado: espaldas amplísimas, poderosos pectorales, brazos del ancho de una pierna, estómago que desborda, piernas del ancho de un brazo.  A esto Elías le agregó un corte de pelo singular -de los “indespeinables”, por decirlo de alguna manera-, un gran reloj negro con información clasificada, camiseta con iguales motivos y colores que el pantalón corto, sandalias negras: un figurín.
No, no era buen pescador; sí, sí tenía los instrumentos.  No, no era un tipo simpático, sí respetado por todos. Mal pescador y no quería mejorar, como tampoco le importaba caer bien a nadie, ni a las demandantes.
– Ya viene el aguaje-.
– Ya, compadre.  ¿Qué comentan?, respondió Elías.
– El mar está frío.
– Buenas olas, buena resaca, agua mala.
– Ya, compadre.
Apenas los ojos del uno eran visibles para el otro, aunque estaban al frente.  Al frente de Elías, de su lado de la mesa, había vacías cinco botellas de cerveza y al frente de Arístides otras cinco esperaban. Como cabeceras de uno y otro extremo dos vasos llenos, la mitad de líquido y de espuma la otra. Tampoco es que tuvieran ganas de mirarse a los ojos, se los conocían de memoria. Así era mejor, los ojos a media asta y la vista posada a media altura: menos esfuerzo del cuerpo, más capacidad de la mente. Los codos sobre una mesa raída y despintada -fue azul la Navidad pasada-, las manos sosteniendo la quijada, de sus narices salía una muy suave brisa tibia en compases disminuidos y justos, de los que descubren apatía.
Completada la paralela de cervezas, suceso que acaeció pasada la media noche, la respiración se escuchaba como un aguaje.
– Vamos a casa de putas.
– Ve tú, compadre, me duele algo.
– Te duele la vida, mismo.
– Arístides, para con eso.
– Ya.  Ya me cansé de decirte lo que no quieres oír.
Era que Arístides le entregó a Elías la carta póstuma de la Maricarmen pirotécnica y con cinco cervezas le venía una comezón entre las piernas.  «Olvídala», le decía. «No me acuerdo de ella, solo que extraño su trasero», respondía. «Me muero por donde más me quisiste», le escribió Maricarmen antes de encender las cerillas.
Eran amigos.

La brisa tibia en compases disminuidos había sido la única fuerza que movía las cosas del pueblo, hundido en un hueco desértico, triste, perdido hasta del mal agüero. No fue necesario contratar maquinaria para que abra la carretera, pues el lecho del que fue río era ahora vía óptima para las camionetas. Polvo sí, abundante y exclusivo del paso de los vehículos: unos tres o cuatro nubarrones al día no molestaban. Café claro el suelo, café claro los árboles y las casas, café claro el horizonte montañoso y los pelícanos, café claro el pelo de la mayoría de habitantes y los muebles, café claro el aliento, el pensamiento, el recuerdo; café claro las tumbas, y los tallos secos y las guirnaldas, como café claro el papel de los cuadernos y las cajas para el pescado, café claro los postes y el ducto para agua entubada, café claro el clima y el cura franciscano, las manos de los pescadores y del Cristo en ascensión, café claro el ojo bueno de Elvira y el traje de camuflaje del militar, la iguana, los lápices, las perdices, los zapatos, el amanecer, la neurosis y la fortuna. Café claro el día a día.  A veces, el pueblo estaba desierto todo el día mientras los unos la pesca y las otras, con niños en la escuela, la cocina y el taller de tejido de paja.  A veces las noches cuando los unos la pesca y las otras, con niños, la cama.  Café claro a veces todos alrededor del crucifijo o del reportero o de la candidata o del muerto. Sin estaciones en el clima y sin sobresaltos en el alma, la vida es un café claro.
El agua estaba más fría y el aguaje cerca: como es natural, todo lo que tenía otro color olía a mucha fortuna o a mucha desgracia («…y alabado sea el Señor, señor cura; debemos hacer una misa rápido para que  el agua no se nos coma la poca playa que nos queda»).
Demasiado cerca. No terminaba de marcar la media noche y Arístides daba alaridos confusos a Elías: «¡Levántante, carajo, que se soltó el Sorayita!».  Abajo, otros tantos gritos secos y gruesos: las olas pegaban contra el acantilado y el acantilado temblaba con cada oleaje.
Salió Elías sin que su camiseta combinará con el pantalón corto, y descalzo, con un correr raudal a la playa, que tenía ya agua hasta las rodillas. El Ciudad de Manta y el Santa Mariana eran hijos tarados y epilépticos del temporal, pero terminaban por aguantar con resignación la paliza marina con la ayuda de las estacas de la playa. La que sostenía al Sorayita se había roto, la cuerda terminó por enredarse con el Santa Mariana: iba y venía, golpeaba a la otra embarcación y se alejaba, daba vueltas, tumbos, caía por los corcovos, sentía vacíos en el casco, salía de pronto del mismo centro de la tierra. Quiso lanzarse su propietario al agua para alcanzar la cuerda pero fue retenido por Arístides, quien era mejor nadador.  Esperó que la frecuencia de las olas altas fuera menor, mientras su amigo trataba de sostenerse de la pared de piedra y recibía el golpe de agua, callado. Calculadas las olas que venían y la fuerza con la que el agua regresaba, Arístides se tiró de cabeza justo cuando una grande iba a reventar, para aparecer tras la espuma y enfrentarse a olas menores y menos fuertes. Cuando volvió a llenar los pulmones de aire le arrastró un remolino, que también tenía sostenido de sus ondas al Sorayita, con el que se apeó de las profundidades de la cola del remolino. En un rato la espiral descendente se alejó y Arístides esperó la próxima ola, con la cuerda del Sorayita entre los dientes, para tener manos con qué nadar. Pero la ola reventó antes de lo calculado por el marino, que fue revolcado a conciencia; entre la tempestuosa movilidad de las aguas, sus ojos abiertos querían salirse: terror. Fue a dar contra la pared del acantilado muy cerca de donde estaba Elías, como un bulto, enredada la cuerda del Sorayita como serpiente: de su boca, alrededor del cuello, pasando por entre las piernas, dando dos vueltas bajo la rodilla izquierda. Elías se lanzó para levantar a Arístides, pero la resaca jaló a la nave lejos de la playa con el bulto humano enredado. Y otra ola lo devolvió contra la pared, más cerca de Elías, al alcance de su brazo, que logró tomar la cuerda; los dos amigos ahora fueron arrastrados y devueltos. En el segundo viaje, Elías logró soltar la cuerda del cuello de su amigo y amarrarlo a la estaca donde soportaba con más tranquilidad el Santa Mariana. Pero otro remolino apareció y tiró con demencia del Sorayita. La pierna de Arístides estaba en el medio de los dos polos: el bote a la deriva y la estaca enterrada en la arena, era como un eslabón. Era, porque el tirón fue tan fuerte que no soportó ni la cuerda ni la pierna.
Manaba mucha sangre, la piel era arena decorada con conchas, piedras: desde ciertos ángulos, más que piel, se vía una parte de un caracol gigante, brillante y arco iris, una perla retorciéndose del dolor. El bachiller doctor Yanchapaxi ajustaba el torniquete para represar la sangre, que Elías sostenía, mientras el galeno intentaba una para de puntadas quirúrgicas, con la escasa visibilidad que permitía la hemorragia. La Lalita extraía, con aguja y pinzas, las piedras y conchas incrustadas en la piel. Los instrumentos cayeron al suelo cuando de uno de los pequeños agujeros salió un caracol orondo, sobre sus patas, en busca del hábitat.
A la noche siguiente Arístides salió a encontrarse con Maricarmen; las estrellas, a su vez, salieron a saludar a Arístides concha perla.
Elías sin Arístides; Elías sin el Sorayita; Elías sin el trasero de la Maricarmen. Elías con una estrella que aparecía antes del aguaje. Elías mal pescador y ahora con mala conciencia, y seguía sin importarle un carajo caer bien a nadie.

La Lalita le dio un escapulario con la imagen de Santa Mariana (la Lalita, así le decían todos, porque las cosas no salían bien a menos que ella metiera mano, como un ángel de la guarda o, para los ateos, como una pirámide de cuarzo. Tan soberbia en su manera de ser buena que apenas estuvo de ser crucificada en vez del Cristo en el coro de la iglesia, clavos y todo; juraban por ahí que cuando eso sucediese, su pequeña región se iba a separar del continente y serían unos felices isleños, al amparo, claro, de la Lalita).
Sus padres le agradecieron por el dinero de la venta del Ciudad de Manta y el Santa Mariana. Su hermana le vio indiferente, con la extrema parquedad de los retardados. Lorenzo le pagó lo de la tierra y los chivos, Elvira le dio un paquete para que se lo depositara en el correo, el cura le convenció que establezca contactos que financien la edificación de la nueva iglesia, Manolo le confesó que el odio eterno hacia él había sido, finalmente, finito. Nadie le dijo adiós, todos había comenzado a partir desde que nacieron.

Ninguno de los políticos de la región imaginaron a un interiorano alcanzar, en tan poco tiempo, una posición electoral tan sólida. De miembro del directorio de las Juventudes Socialdemócratas a Diputado representante de su provincia en tres años era demasiado importante para pasar desapercibido.
Tenía un discurso claro, administraba con prudencia su poco carisma, conocía de las necesidades de la gente, sabía de tratos con los dueños del dinero, no manejaba gran cosa de cultura general, pero «lo que no sabe se inventa», rompía con los esquemas de los caciques. No le importaba una ideología, líder populista paradójicamente austero. Por soltero sus enemigos políticos le tachaban de maricón: de hecho la ciudad en la que estaba era la capital de los homosexuales del país, llover sobre mojado. Si tuvo algunas experiencias con el ansioso respirar en su oreja, las había guardado en el escaparate donde estaba asegurado lo suyo.  Tenía un par de mujeres permanentes, en claro homenaje a las demandantes. Las trataba con desprecio y sin sabor, defendía el simple derecho de ejercer y eso era una ratificación de su machismo, tarjeta de presentación para cualquier contienda social.
Eso de vivir dos años en la capital no significó gran cosa: allí no importaba que no fuera un buen pescador, pero tampoco veía la estrella antes del aguaje. Esas cosas pasan, esas cosas como ser miembros del H. Congreso Nacional («H por mudos», se decía). De vuelta a su ciudad, ya más cerca del pueblo, comenzó a usufructuar de la fama y a acomodarse en lo que le quedaba de vida, más de la mitad, probablemente. Le turbaban pocas cosas. Manolo había violado a su hermana retardada y ahora Elías era tío de una especie de engendro de cuarto creciente.  Su padre mató a Manolo y el padre de Manolo juró vengarse, no lo hizo porque el viejo murió; la vieja no se salvó de la venganza: quedó sin ninguna propiedad después de algunas jugadas financieras y «legales» del padre de Manolo y tuvo que mudarse con su hijo. En general, en su lugar de origen no pasaban cosas fuera de lo común. Su hermana y la sobrina terminaron desapareciendo después de vagabundear con verdadero profesionalismo por toda la región (Elías, con las cinco cervezas de rigor, decía que habrían sido contratadas para un circo).
La casa era céntrica y dominaba el puerto.  En la tarde se acomodaban con prolijidad decenas de barcas de los pescadores, una sucesión interminable de los Sorayita, Ciudad de Manta y Santa Mariana, como sin fin era la obsesión por buscar la estrella del aguaje; aunque Elías nunca tuvo intención de retornar a su pueblo pese a que le atraían con insistencia los morbosos recuerdos del café claro. La entrada al piso bajo de su casa en la capital de provincia era igual café claro: muebles -que fueron azul la navidad pasada- de comedor y sala atacados de polvo, la cocina a la derecha con esos trastos ennegrecidos que le dan un sabor melancólico al sancocho de pescado. En la planta superior la visión era radicalmente diferente: un balcón donde la madre perdía tiempo en la transcripción de textos escolares a la escritura Braile con la brisa de todo el día, una sala con la monumental televisión dominándolo todo, tres habitaciones bien instaladas. Allá abajo era como un museo etnográfico, la representación fiel del pueblo, la gente y los milagros; la magia interviniendo en forma de alimento todos los días, el tedio aparecido en las formas físicas con rigor casi científico. Allá arriba la modernidad de Elías estaba exponiéndose, ostentaba al sacerdote de la política que había dejado la sotana y comenzaba a arreglar su vejez, aunque apenas había entrado en la madurez. Junto a este edificio la librería, la última inversión que estaba dispuesto a hacer para cubrir sus días con algo de actividad y sociabilidad, y mucha televisión.
Con su madre muerta la existencia se volvía todavía más apacible: ni largas meditaciones, ni esfuerzos por salir de aprietos, sin sucesos para reír o llorar, ningún ser humano de quien preocuparse, con las funciones vitales heroicamente sistematizadas, los recuerdos archivados con orden asombroso y programados para afectarlo con la periodicidad debida, sin ideología ni religión que defender, sin enemigos de quien protegerse, una burbuja de cristal cerrada con hermetismo de manera que no sea posible entrar ni salir.

Nadie, nadie podía prever la llegada de la Lalita. Los ángeles del cielo, los hijos de satanás, el ministerio de la Política, el Consejo Cardenalicio, el general del Ejército, alguien le encomendó la misión a la Lalita de ir por esa alma tirada por el mundo al cieno de la indiferencia. El tema es que llegó y puso todo orden: los muebles pintados, el polvo desterrado, Elías trabajando con entusiasmo, fiestas en su casa, largas conversaciones del estado de los habitantes de su pueblo natal, cinco cervezas que retomaban su puesto en la vida de Elías, música al caer la tarde. Simplemente se dejó llevar por ese aguaje que le proponía enfrentarse a la gente y al mundo, tanto que su burbuja estalló con estridencia cuando resolvió comprarse el bote pesquero, el primero para iniciar una empresa que, pretendía él, estaría formada de por lo menos tres naves. El primer barco fue bautizado Arístides y en él se embarcó para volver al mar en la noche, porque sabía que a esa hora tenía alguna protección astral. El cielo era una incandescencia terrible, no solo por la estrella del aguaje sino por otras pirotécnicas brillanteces, perdones finitos, familiares tarados y muertos, venganzas. El espectáculo fue para él tan reconfortante que pasó anclado en alta mar 28 días.
– No me interesa caer bien a nadie, dijo, y tomó posesión de la nada.

 

(Este relato fue publicado en el libro «Las Voluntades Rotas», en 1996, con la Editorial El Conejo. Para esta publicación se ha hecho una edición de forma).

Licencia de Creative Commons
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported.

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Congelado

Vamos con mi patrulla, en fila (¿por qué le dirán fila india si nosotros no lo somos?). En este laberinto donde ronda la muerte y todos sus familiares hay que darle venia a la intuición -que no solo es cosa de las mujeres-.  Lo normal del día es caminar en mucho silencio, hemos aprendido a no hacernos notar ni de los animales, se sorprenden y es simpático verles los ojos de susto cuando caen en cuenta que nosotros ya hemos pasado; bueno, los pocos animales que quedan por aquí. Lo normal es el silencio y cuando no hay silencio hay los golpes de las armas, que dejan un eco que va rebotando de cerro en cerro y creo que termina en el río; hay también los sonidos de los tiros que chocan contra árboles, revientan las ramas, mandan despavoridos a los pájaros, hasta los insectos buscan abrigo. Las ráfagas son golpes secos, los morteros son una succión de aire, las granadas son un sonido circular que se expande.  Después del bullicio vuelve el silencio. A veces hay un herido y se le oye gritando para que un médico le socorra, un compañero, un enemigo, quienquiera, siempre vamos dos que revisamos la herida, llevamos con nosotros algo de primeros auxilios, le damos una pastilla para el dolor y le sacamos al destacamento más cercano para que le sanen. El resto es silencio, la selva es tan cerrada, tan llena de luces y sombras que es bien difícil saber donde está el enemigo y a veces donde están los amigos, hay tantas salidas que te llevan a perderte que lo mejor es parar y oír bien para saber la dirección que uno debe seguir, no hay como llamarlos ni a gritos ni a chiflidos, no hay como pedirles que esperen, hay que buscarles y alcanzarles, encontrarles y después seguirles; hay veces que nos hemos encontrado con enemigos, hemos cruzado fuegos, nos hemos dispersado y luego viene lo duro, reagruparse, en silencio, claro que tenemos nuestras técnicas pero a veces la fuerza del choque es grande y uno pierde la orientación y perder la orientación significa la posibilidad de no encontrarse nunca más con los compañeros y una altísima probabilidad de encontrarse con los enemigos.  Lo primero, evitar el pánico, lo segundo tratar de orientarse, lo tercero decidir si se busca a los compañeros o se regresa a la base, lo cuarto estar seguro de la decisión, lo quinto rezar algo. Perdón, lo primero tener la certeza que uno está perdido y el punto uno está aprobado, estoy perdido; luego, no tengo pánico porque he tenido la capacidad racional de darme cuenta que estoy perdido, porque las balas de los enemigos llegaron de casi cualquier parte y cada uno salió volando a donde pudo para encontrar resguardo. Punto número dos superado; punto número tres, creo que hay demasiados enemigos como para buscar a mi patrulla, así que lo mejor es regresar a la base, pero hay mucho ruido por aquí, un ruido que se acerca, que es de una patrulla enemiga, que me van a ver y que me lanzo de cualquier manera a la maleza y allí estoy quieto, los oigo llegar, caminan lento, observan a todas partes, siento las botas de uno que están a unos dos metros de donde caí, se queda quieto, debe estar buscando cualquier rastro, no respiro, no pestañeo, la sangre no corre por mis venas, el corazón está como parado frente a un semáforo en rojo, algunas hojas regresan a su sitio luego que mi cuerpo las doblara, las botas se mueven unos dos pasos, todavía están cerca, los hombres reciben una orden y se alejan, se van tras las huellas que creo que dejaron mis compañeros, en estos lodazales siempre hay huellas, pero es difícil saber de quién son. Respiro, pero lento, me acuerdo de unas cursos de control mental y mentalmente cuento hasta cuatro mientras inhalo, hasta cuatro mientras suelto el aire y mi corazón deja de retumbar poco a poco. Estoy acostado sobre mi mochila, tengo el fusil clavado en el estómago, el sombrero se me ha caído y no veo nada que se parezca a un soldado, amigo o enemigo, porque ya está cayendo la noche, hora de regreso de las patrullas a sus bases y supongo yo que de muchas, porque hay ruido y mucho movimiento, a veces no oigo el ruido de la patrulla pero es suficiente con la falta de sonidos propios de la selva ni los grillos ni los sapos ni el pájaro carpintero ni siquiera las moscas han salido a comer a esta hora que es la de su cena y recuerdo que es también mi hora para alimentarme, pues no he comido nada desde la mañana, solo he tomado un par de sorbos de agua y tengo sed, y tengo hambre, y me duele la espalda porque una taza de campaña, que está en la mochila, tiene una esquina que se me introduce a la altura del riñón derecho y ha comenzado a dolerme, pero el hambre, la sed y el dolor tienen que esperar porque hay mucho movimiento, demasiados ruidos, mucho riesgo, solo algunas hojas altas tienen todavía el resplandor de la luz del día, aquí abajo ya nos han envuelto las sombras, ya se van apagando los ruidos de las patrullas, muy lejos se oye que han disparado varias municiones de mortero, ha habido una débil respuesta de metralla, ha vuelto el silencio, esa tensa calma que dicen los periodistas cuando no saben qué decir de la tensión y de la tranquilidad, una pausa en la fragosidad que todavía no puedo aprovechar, porque no puedo comprobar que sea real. Además si salgo y me encuentran los enemigos me matan, aquí no funciona ninguna convención internacional, como en ninguna guerra se ha hecho caso a ese papel, primero me torturan para sacarme información y después me matan, a menos que les caiga bien y me maten poco tiempo después, pero el destino es uno, así que mejor espero, espero con el dolor de la espalda que se está volviendo insoportable, la presión de la taza metálica es muy fuerte, no siento que me esté lastimando, me está formando una quebrada en la espalda, eso sí, sin duda, ya es bastante tiempo que estoy aquí, no alcanzo a ver mi reloj pero calculo que serán dos horas que no me he movido nada, solo el corazón para que reparta sangre con igualdad, los latidos son regulares, me ha servido el curso de control mental, casi mecánicamente mis inhalaciones son de cuatro segundos y mis exhalaciones también de cuatro, así logro tener 60 pulsaciones por minuto, es un estado de equilibrio físico perfecto, bueno, casi perfecto, porque un amigo me contó que unos monjes de ni sé donde cuentan ocho para inhalar y ocho para exhalar y que así pueden vivir quietos, sin comer, por días, pero no gracias, no es mi intención estar días en esta posición, ni siquiera horas, solo espero que la noche cubra todo con su negro funerario y podré decidir para donde voy, las ocho de la noche es perfecto, normalmente las patrullas están ya en sus bases, ya han comido, ya están descansando, porque mañana deberán estar antes de las seis de la mañana recorriendo de nuevo las trochas o picas o senderos para patrullar y por eso descansan temprano, descasamos, digo, que no es mi caso en este momento, porque debo hacer algo conmigo antes que vuelvan las patrullas en la madrugada, cuando vienen con bríos, con energías recuperadas, entonces ahí si me pueden cazar, pero como no estoy dispuesto a que me cojan, odio ser prisionero, mejor me muevo, logro una mejor posición, encuentro alguna pica conocida y espero a que haya luz o a que aparezcan mis compañeros, lo que pase primero, porque en la noche solo hay pocas patrullas por aquí, no se mueven mucho porque es muy oscuro, se hace mucho ruido, se tropieza con todo y no se ve nada, puede estar el enemigo a tres metros que es imposible darse cuenta por la oscuridad, dispara el que primero siente donde hay alguien que no se le ve, se dispara no más, con el riesgo que sea un compañero, no disparar significa arriesgar la vida de uno, primero uno y después el otro, digo yo, es asunto de supervivencia. Bueno, ya es hora, así es que salir de esta caverna de ramas y abrir bien los ojos, primero tengo que quitarme de encima la mochila, pesa mucho, me aflojo las correas de abajo, ya está, me resbalo un poco y siento que el aire tibio de la noche se me mete por la espalda sudada y por el hueco que me ha dejado la taza de campaña, me siento en el piso, apoyo la espalda contra la mochila, mi fusil choca contra una rama delgada que se rompe y se arma un bullicio monstruoso, los enemigos están acampando como a cinco metros de donde estoy, han escuchado el ruido, se han puesto de pie, deben ser más de veinte, miran a todos lados, cargan sus fusiles, se agazapan entre troncos, el jefe de la patrulla da la orden y todos disparan al menos 20 tiros contra la oscuridad, como tratando de hacer huecos blancos en la negrura, para ver si por alguna parte se escucha el quejido de un herido, algo, creen que van a ser atacados, sobre mi cabeza ha pasado una ráfaga, muchas hojas han caído encima mío, han lanzado tres granadas, una cayó a unos tres metros atrás pero las esquirlas no me hacen daño, salen disparadas para arriba, formando un cono invertido, más hojas caen encima, dejan de disparar, el jefe manda a cuatro para inspeccionar, para ver si hay alguien herido o muerto por la erupción brutal de munición, les ordena que no se alejen más de diez metros, que regresen en diez minutos, unas botas se paran a unos dos metros de mi guarida, donde ya estuvo un soldado antes, trata de ver, sus ojos deben estar abiertos hasta mostrar el círculo completo del ojo, pero casi es imposible distinguir nada, muevo mi mano izquierda con mucha suavidad haciéndola girar, tengo miedo que haya algún resplandor que rebote en mi reloj y me delate, lo hago, para variar, sin ruido, las botas han estado quietas unos siete minutos, el soldado regresa a reportar a su superior, susurrándole al oído, el jefe reúne a sus hombres, habla bajo pero yo le escucho, ordena que se tiendan trampas alrededor del sitio, no quiere más sorpresas, ocho soldados se alejan unos quince metros y comienzan a tender un alambre diminuto, supongo que dos están a mi lado porque a unos treinta centímetros de mi nariz veo tenso el alambre, lo bajan todo lo que pueden, unas ramas impiden que me tope, ha quedado a unos ocho centímetros, a la altura del cuello, yo sé que habrán amarrado los extremos a árboles, de manera que cualquier movimiento detone una bengala y una granada, quienquiera que tratate de pasar morirá y activará una luz que se verá a gran distancia, lo suficiente para que los enemigos descarguen todos los tiros que traen encima, no hay escapatoria porque no se ve nada y aquí no se usan linternas, está prohibido, andar con una encendida es como tener un letrero de neón en una carretera vacía, es una invitación a perder la vida, lo único que sirve son los ojos, el instinto y esa trampa es ahora mi cárcel, al menos hasta el día siguiente, aunque felizmente estoy en una mejor posición, más cómoda, con la cabeza y la espalda apoyadas en la mochila, yo diría que estoy cómodo, pero no puedo dormirme, eso es imposible, puede ser que sueñe lo de siempre, que estoy subido en un helicóptero que es atacado por baterías antiaéreas y que una bala alcanza el motor, entonces el helicóptero pierde rápidamente altura, por la ventana que está cerca veo que la selva se nos va acercando a una velocidad de miedo, cuando la nave topa las primeras ramas me despierto, siempre me despierto pateando, a más de un compañero le he puesto el ojo morado, o lo he golpeado en cualquier parte cuando tengo ese sueño, así es que no me puedo dormir, tengo que cuidarme del sueño, pero tengo que cuidarme también de las reacciones de mi cuerpo, tengo las piernas extendidas, la maleza donde caí está suave, no tengo ninguna parte de mi cuerpo en una posición forzada, el fusil me calienta apenas el estómago, la espalda también está en buena termperatura por su contacto con la mochila, pero a veces los músculos reaccionan solos, hay movimientos que son compulsivos, un manotazo, una patada, un hombro que cae, en fin, muchas posibilidades, de manera que vuelvo sobre los ejercidios de control mental, me concentro mucho, insisto en regular la respiración, alvaro pongo la mente en blanco y recorro, con mi cerebro, cada uno de los músculos, para ordenarles que se relajen, que no tengan ninguna tensión, que se vuelvan blandos, hasta fofos, que se dejen estar ahí en este ejercicio que me toma casi una hora hasta estar seguro que todos mis músculos se han dormido, mientras mi mente no para de trabajar, no para de hacer cálculos, de reflexionar, mis ojos están abiertos, no hay luz, no hay nada que los moleste, ya están acostumbrados a la oscuridad, mis oídos han dejado de escuchar a los enemigos y sus tareas de hacer trampas para protegerse, la mayoría debe estar dormido, unos cuantos harán guardia, serán relevados en cuatro horas, hasta tanto estarán como yo, atentos pero relajados, me llega el olor de cigarrillo, algún impruedente lo ha prendido, imprudente porque los cigarrillos son como las linternas, una llamado de atención excesivo en este mundo de penumbras, aspiro el olor, recuerdo que en mi camisa llevo los míos, pierdo por un momento la regularidad en la respiración, me apuro a recuperarla, la recupero, ahora respiro bien, domino el impulso de los cigarrillos acordándome que esta cajetilla me la regaló Segundo, él es sargento, a veces va de jefe de nuestra patrulla, es bueno conmigo, estuvo en un destacamento de descanso y consiguió bastantes cigarrillos, para suerte mía justo de la marca que fumo, como acá escasean me han durado ya unos cinco días, me da risa pensar que por aquí apareza una caramelera vendiendo de todo, no duraría ni un minuto con su mercadería, todo el mundo gastaría hasta lo que no tiene por unos chocolates, unas papas fritas, un chupete, cigarrillos, chicles, lo que sea, no es que nos muramos de hambre, esas golosinas son buenas para el ánimo de uno, es como que establecemos contacto con la gente de afuera, con la que está en la ciudad, en su casa, viendo en su televisor un partido de fútbol, tomándose una cerveza y no como uno, metido en la selva, metido en la guerra, durmiendo en cualquier parte, arriesgándose a cada rato, tienen suerte los que están tendidos en su casa, pero no tienen algo que yo sí tengo, honor, el orgullo de estar defendiendo a la Patria, conciencia de país, es como lo que decía mi teniente, que fue instructor en la escuela de selva, que a cada rato nos decía que somos unos seres privilegiados porque nosotros estamos construyendo el país con las manos, no desde un escritorio, como mi papá, que también decía lo mismo en la finca donde trabaja, es capataz, aunque yo le digo que es el administrador, porque él es el que trabaja, con su esfuerzo pude enrolarme en la milicia, hacer los cursos, él no debe estar viendo televisión, ha de estar pensando en mí y ha de estar orgulloso, juro que le voy a llevar una medalla, un ascenso, ya va a ver que con mi mamá hicieron un hijo que vale la pena, de quien se puede conversar en los matrimonios, en las fiestas del pueblo, porque yo sí le voy a llevar una medalla, va a ver, apenas salga voy a solicitar el ascenso, dos compañeros podemos pedirlo, yo y el Tadeo, nosotros tuvimos las mejores notas en el último curso, no nos han herido, nunca hemos pedido relevo, no tenemos nada malo en la hoja de servicio y estamos ya más de dos años de cabos y con esto del conflicto o nos matan o nos ascienden, pero no terminamos igual que antes, claro que todo se va a demorar, porque, supongamos que se firme la paz, hasta que haya la desmovilización, volvamos a nuestros repartos, hasta hacer el trámite y que la superioridad resuelva, pasan bastantes meses, pero no importa, lo más importante ya está y, ahorita que me acuerdo, lo más importante es que esté quieto, tengo a cinco metros a más de 20 enemigos a los que les encantaría cortarme la cabeza, ¿qué hora será?, hace un rato hicieron el relevo de guardia, con el tema de la rama que rompí, las trampas y todo ya debemos estar en las tres de la mañana, más o menos, por suerte, porque ya me estoy cansando de la posición, no porque me duela nada, sino porque comienza a venir la angustia esa de estar tanto tiempo acariciado de los fusiles de los enemigos, espero que al amanecer se vayan rápido a patrullar, que dejen libre esta zona para poder regresar a verle al soldado Vega, ese tipo me debe cualquier cantidad de dinero, se me está haciendo el loco, tengo que cobrarle porque a mí también ya me está cobrando el Sánchez de esa vez que estuvimos en el pueblo, donde comimos el fabuloso seco de gallina con la cerveza bien fría, ya creo que es un mes de eso, no sé qué fecha es hoy, no tengo la menor idea, antes anotaba en mi libreta cada día que pasaba, escribía una especie de diario, pero eso es cosa de mujeres enamoradas, poner la fecha y que le besó el novio, a menos que yo ponga la fecha y que me besó mi sargento, no vale la mariconada tampoco, entonces dejé de escribir y dejé las fechas, si no me equivoco la última que puse fue 30 de enero y de eso son ya unos 10 días, 1995 claro, unos diez días o quizás doce, porque estuvimos una cosa de cinco días dando abastecimiento a Tiwintsa y Cueva de los Tayos y después nos mandaron a patrullar, porque llegó un contingente de reservistas que se encargaron de eso, a nosotros nos necesitaban al frente, aquí donde estoy con unas ganas locas de bostezar, ya me estoy cansando o sea que es hora de hacer un poco más de ejercicio de relajación, de concentrarme, de vencer las necesidades de mi cuerpo con mi mente, tengo que limpiar mi mente, descansar despierto, ya deben ser 24 horas que estoy despierto, ayer me levanté antes del amanecer y cuando comenzó a clarear salimos para hacer la patrulla, sí, son como 24 horas, pero eso no importa para un soldado, para mí que voy a ascender a cabo segundo, además yo tuve las mejores notas en el curso de selva y antes he aguanto más tiempo sin dormir, como esa vez cuando el loco del soldado Chango le mató al perro de mi coronel, ese perro mimadísimo, el coronel se enteró que era alguien de mi clase, el Chango no quiso decir que fue él, a todos nos sacaron de las barracas a las once de la noche, nos hicieron cargar equipo completo y nos llevaron caminando, ida y vuelta, unos 80 kilómetros, que recorrimos en 30 horas, porque no querían que vayamos muy rápido, sino que nos demoremos, que aguantemos, aunque igual íbamos rápido, 80 kilómetros en 30 horas, por una carretera llena de polvo, cargado todo el equipo, sí fue cansado, pero nos vengamos del Chango, los últimos 15 kilómetros le sacamos las botas, le pusimos al frente de la columna y cada vez que se paraba o se quejaba le pegábamos, estuvo en cama como una semana curándose los lastimados de los pies, de ahí no volvió a molestar, a mí ya me está comenzando a molestar el frío, hay algunos que piensan que por estar en la selva nunca hace frío, pero en las madrugadas sí que baja la temperatura, pero eso es bueno, quiere decir que ya mismo va a amanecer, en una media hora, no me he acordado desde hace rato de mis piernas, de mis brazos, de mi estómago, tengo la boca un poco seca, con esto de la meditación el cuerpo trabaja menos, se desgasta menos, entonces puede durar más, nuestro señor Jesucristo seguro que sabía de esto para haber aguanto 40 días y 40 noches en el desierto sin nada, un capo el tipo, no como uno que es humano al cien por ciento y tiene necesidades, necesidades, qué vaina, eso me pasa por pensar en las necesidades, ahora tengo unas terribles de orinar, bueno pero eso no es tan grave, solo hay que dejar que pase, sin moverse, el calzoncillo y el pantalón amortiguan cualquier sonido, ya siento que me baja la orina por las caderas, está caliente, se siente rico, ya, necesidad terminada y perfecto mientras no tenga la otra, solo no hay que pensar en eso, todo está en la mente, el húmedo dejado por la orina se enfría rapidísimo a esta hora, qué vaina, está muy fea esta temperatura, lo bueno es que no hay nada que se congele por ahí, nada grave, vamos a ver si no es mucho frío, vaya a ser que después no se me pare el monstruo y mi enamorada me reclame, no creo, no es para tanto, ya, qué bueno, ya comienza a clarear, qué maravilla, viva la luz del día, para mí, para los enemigos creo que no, los centinelas se han quedado dormidos, no han despertado a nadie, han sido vagos, ya está bien claro, cualquier rato vienen mis compañeros y estos tipos van a quedar echados para siempre, no, ya se levantó uno, casi sin ruido hace despertar a los otros, el jefe se da cuenta de lo claro que está, qué bestia, cómo les putea a los centinelas, bien hecho, si lo hubiera sabido hubiera salido de mi escondite dando bala y me hubiera comido siquiera ocho, pero me hubieran cazado los otros, así es que sereno moreno, estos tipos ya se van y tú también te vas, para ver si le ha quedado un poco de sopa al cocinero, pero sereno moreno, con la luz del día me acordé que estoy a centímetros de las trampas, ahí está el alambre, si no tenía paciencia me levantaba un poco y se armaba el mierdero, viva el control mental, como decía el instructor, si es que la mente está bien controlada el resto ya es fácil, él sabía meterse agujas en los brazos para demostrarnos que con control mental no se siente dolor ni nada mismo, era bueno el teniente, es bueno, no se ha muerto todavía, eso espero, tengo que contener la respiración, están quitando el alambre de la trampa, lo retiran ya, el de mi izquierda soltó el alambre, el de la derecha lo recoge rápido, la punta suelta me latiguea en la cara, me golpea, siento calor en la mejilla donde me azotó este pequeño metal, me arde, creo que me lastimó, no alcanzo a ver por más que bajo los ojos, debe ser debajo del pómulo porque no veo nada, me debe haber lastimado un poco, pero no siento que haya sangre, los enemigos siguen recogiendo sus cosas de campaña, seguramente hamacas con mosquiteros, no han hecho un fuego, no van a desayunar nada caliente, saben que están en la zona veneno, la más fea de todas, eso dicen, poco a poco vuelve el silencio, pero es un silencio que tiene presencia humana, si se hubieran ido los grillos estarían cantando, se oiría ese suave movimiento de los insectos, quizás habría un pájaro cerca, la vida de la selva volvería a ser normal, pero no hay nada de eso, se han quedado en el mismo sitio, es lo peor que me puede pasar, si quieren molestar se pueden quedar aquí porque saben que nuestras patrullas usan mucho este sendero, siento un leve cosquilleo en la mejilla, ya casi no está amortiguado el sitio del latigazo, no se mueven los enemigos, uno se acerca a mi escondite, busca algo demasiado cerca, está a un metro más o menos, pero yo ya estoy confundido con la selva, con la balacera de anoche me cayeron tantas ramas y hojas que no se me debe notar a menos que me toquen, estos trajes de camuflaje son una maravilla, incluso he tenido que soplar para arriba para retirar una hoja grande que me estaba tapando el ojo derecho, sigue buscando el tipo éste, habiendo tanta selva tenía que quedarse tan cerca, demasiado cerca, ha hecho bastante ruido, creo que para cubrirse con una rama grande, llena de hojas, algunas, de las ramas más saliente casi me tocan, se queda quieto, lo cual me conviene, si decide ir tres pasos para atrás se tropezará con mis botas, quizás caiga encima mío, mentalmente calculo el recorrido que tendrá que hacer mi mano hasta la parte izquierda de mi pecho donde está el pequeño machete, o gran cuchillo, porque si eso pasa deberé ser muy rápido, sacar el cuchillo y degollarlo, para que no haga ruido, para que no me descubran, habrá mucha bulla y tendré que imitar su voz para decir a sus compañeros que está bien, aunque no sé como será la voz de este soldado, tendrá que susurrar algo que no se entienda, para que se queden en paz, si es que llega a pasar ese desastre, porque por ahora ya consiguió una buena posición, está muy quieto, siento de nuevo una comezón en mi mejilla, una picazón que de pronto llega, molesta algo y desaparece, en las hojas altas de los árboles ya se están reflejando los primeros rayos de sol, no hay muchas nubes, algunos pájaros están volando de un lado para el otro, alimentándose en vuelo de insectos, estas aves son cosa grave, yo siempre he dicho que el ejército debería contratarlos de bombarderos, son bien precisos cuando cacan, uno está tranquilo y de pronto siente como una gota grande de agua que le cae en la cabeza, se pasa la mano por el pelo y después se da cuenta que la mano está embarrada de una caca verdosa, qué asco, Dios mío, por eso les deberíamos contratar, solo que en vez de caca lleven granadas, las sueltan y boom, varios enemigos a la otra vida, ¡eh!, como si me hubieran oído, porque el soldado que está cerca ha descargado un silencioso «mierda», o sea que el pajarito le alcanzó justo en la torre, después de un rato seguro que comienza a apestar, bien hecho, esos son nuestros amigos, nos ayudan, aunque tengo que ir por ayuda ahorita mismo, a pedirle fuerzas a mi mente, tengo el cuerpo totalmente adormecido, me había olvidado de mi estado con todo el movimiento de la tropa, me había olvidado que ya estoy unas 16 horas en la misma posición, tanto me había olvidado que ahora yo mismo oigo mi respiración como si fuera el fuelle de un herrero y tengo a un tipo aquí al lado que diera mucho por pegarme un tiro en la frente, así es que vamos de nuevo por el control mental, inhalo contando cuatro, exhalo contando cuatro, vamos a poner al corazón en estado de relajación, aunque se hace más difícil, estoy cansado, mentalmente cansado, muchas emociones para un pobre militar que aspira a ascender a cabo segundo, se ha hecho más frecuente el cosquilleo en la mejilla, hay menos pausas entre comezón y comezón, trato de mirar hacia allá y veo, desde mi perspectiva, que un monstruo se ha posado en el pómulo, es una cosa gigante de seis patas, con el cuerpo alargado, una gran cabeza con antenas, es medio colorada, los científicos le llaman hormiga y una de estas bestias se me ha posado en la cara, ahora entiendo lo del cosquillo, han descubierto mi herida y deben estar bebiendo un poco de sangre, mientras esto quede en un desayuno de amigos no habrá problema, pero si llaman a toda la gallada, estos bichos son capaces de llevarme en pedazos a la madriguera, a presentarme a su reina, soplo hacia el pómulo y las antenas de pequeño depredador ceden a la ventisca de mi boca, la hormiga se apura a bajar, siento un cosquilleo más intenso, hago muecas, todos los movimientos de la cara que se me ocurren para crear miedo a los insectos y que se alejan de mi herida, la tarea es difícil, debo demostrarles que soy un ser vivo, mucho más fuerte que ellas, para que desistan de su interés por mi herida, aguanto la respiración, un soldado ha gritado el típico «santo y seña», no hay respuesta, pasan unos 20 segundos, se escucha nuevamente ruido de movimientos, vuelve con el «santo y seña», no hay respuesta, esperan cinco segundos y como si fuera una máquina perfectamente sincronizada, todos descargan sus fusiles, el soldado que está cerca a mí creo que es nervioso porque tiene el dedo en el gatillo aplastado como si le hubiera dado un calambre, como si no pudiera despegarlo, una pequeña culebra pasa asustada entre mis piernas y se pierde en la maleza, ha terminado el primer cargador, escucho como lo desprende de su fusil, lo guarda, saca otro, lo coloca, rastrilla el arma y se queda al fin quieto, sin hacer movimiento, ha vuelto de nuevo un silencio casi total, solo se escucha algunas ramas y algunas hojas que terminan de caer, creo que dispararon con dirección a mi izquierda, pero no se escuchó nada más, algunos soldados han ido con dirección a donde creyeron escuchar a mis compañeros, regresan y dicen algo a su jefe, que no alcanzo a escuchar, el jefe silba, el soldado que estaba cerca de mí se levanta, escupe a donde estoy yo, sus babas se han quedado suspendidas en una hoja que cede ante el peso de la saliva, que baja lentamente, viscosa, pegajosa, se desliza por gravedad y cae en mi uniforme, a la altura de la rodilla, los soldados se agrupan, siento como se retiran, deben estar en fila india, se oye como muchas botas se mueven, se alejan, no hay mucho lodo, algo se ha secado la tierra por la falta de lluvia, comienzo a recobrar una tranquilidad total, no la artificial que logré con los ejercicios de control mental. Suspiro varias veces para llenar mis pulmones de aire y vaciarlos con cierta libertad, con cierto ruido, tengo que esperar todavía un poco para estar totalmente seguro, puede ser que hayan dejado algunos soldados en el sitio, vuelvo a escuchar el sonido de botas que llega desde mi izquierda, son tantas como las que se fueron, caminan lento, agazapados, escondiéndose entre el follaje, se demoran unos ocho minutos en pasar, en alejarse, en demostrarme que no hay otros soldados cerca porque los hubieran saludado, el ruido de los que están agazapados es diferente de los que están de paso, ya es seguro que no hay más enemigos en ese sitio, aunque habrá que ver si no pasan más patrullas por allí, porque parece que de pronto la trocha se ha convertido en una autopista, por ahora no hay tráfico, muevo mi brazo derecho con dirección a la cintura, alcanzo la correa, abro un broche, retiro la cantimplora, giro la tapa, tomo un trago de agua, solo uno, si tomo más después debo orinar en la misma posición y el cuerpo de uno se puede enfriar más allá de lo conveniente, tapo la cantimplora, la vuelvo a abrir, me mojo dos dedos, la dejo levemente recostada sobre la cintura, me paso los dedos mojados por la herida, la humedezco, noto que no es nada grave, se refresca, ahora sí tapo la cantimplora, cierro el broche de la correa para que quede en su sitio, ahora subo el brazo, la mochila tiene un pequeño bolsillo a la derecha, arriba, lo abro, alcanzo unas galletas que me quedaron, las saco, dejo las galletas sobre mi pecho, cierro el bolsillo, tomo las galletas y me las como despacio, deben tener unos cinco centímetros por cada lado, doy cuatro bocados por cada una, son cinco en total, me siento muy bien cuando termino la quinta, aunque me da un poco de sed, pero me la aguanto, hay que aguantar, nunca se sabe cuánto tiempo va a estar uno en esta posición, regreso mi brazo derecho a su sitio y espero, no hay ninguna seguridad para salir, el día está muy claro, no puedo tener la certeza que el camino para la izquierda es el que da al destacamento, ni el derecho, no saldría en este día claro a la mitad de un sendero en el que muchas cosas pueden pasar, estoy más seguro aquí, al menos eso nos enseñó el teniente, hasta que uno no esté convencido que va a estar a salvo, es mejor quedarse quieto, congelado, además estoy perdido, no sé en qué parte de la selva estoy, no tengo más certeza que la de mi trinchera, mi escondite, mi tranquilidad, esa tranquilidad que siempre me ha gustado conseguir para pensar, cuando estábamos en las barracas yo siempre me hacía el dormido, pero en realidad lograba dormir a las dos o tres de la mañana, pero fingiendo evitaba que los compañeros, juergueros por naturaleza, me molesten, me dejen con mi silencio así como yo les dejaba con su bulla, contaban chistes, hablaban pestes de algunos oficiales que se merecían, hacían relatos súper detallados de sus aventuras sexuales, esta conversación siempre terminaba en un reto general de quién tiene el órgano sexual más grande, o quién es capaz de hacer el amor más veces, o quién puede orinar más lejos, pero el reto nunca se resolvía porque ni mostraban sus órganos, ni iban a los cabarets a probarse, ni orinaban en un patio para medir las distancias, durante dos horas ostentaban, después se dormían, otras veces dos compañeros contaban su historia cuando fueron a hacer instrucción en los Estados Unidos, decían que los gringos son aniñados, que trabajan ocho horas en la instrucción, después les espera una larga ducha caliente, buena comida, a veces para escoger, buenas camas, no como los nuestros, valientes, que no tienen ducha sino un río donde lavarse, la comida suele ser la misma toda la vida, el mejor colchón son las hojas de la selva, entonces llegaban lo que decían las prácticas normales, le dejaban a uno botado en un campo y le daban plazo de tres días para regresar a la base, les entregaban un cuchillo que casi tenía hasta computadora y nada más, la mayoría llegaban agotados, muchos iban después al sicólogo pero ellos, los compañeros, llegaban muertos de la risa, sabían de la celada criolla, como se dice, entonces había veces que llegaban al cuartel con más cosas de las que les dieron, a mí si me consta un poco eso, porque hace años vinieron unos gringos a hacer unas prácticas y habían que tratarles como a señoritas, los gringos decían que no necesitaban de más, porque ahora las guerras son electrónicas, hay que saber más de computadoras que de supervivencia en la selva, entonces nosotros les preguntábamos si son soldados o pinganillas fishficas carishinas, como no entendían solo se reían, uno de ellos me regaló su navaja, una chévere, bien chiquita pero resistente, yo la cargo en el bolsillo de la derecha de mi camisa, es bueno acordarse de estas cosas, ayuda a que el tiempo pase rápido y como no hay enemigos puedo estar más tranquilo, me da ganas de mover un poco las piernas, no conviene, tengo tantas hojas que me esconden tan bien que si las muevo se caerán y quedará descubierto mi traje, no conviene, han aparecido de nuevo los monstruos de seis patas, se están llevando a su madriguera las migas de las galletas que quedaron en mi pecho, esta vez las dejo, es mejor llevarse bien con estos bichos, vaya a ser que les declaro la guerra y vengan un ejército de unas 300.000 mil y me despedacen, así es que compañeras, lleven no más este modesto alimento que comparto con ustedes, pero apuren que hay ruido, otro grupo de soldados viene desde la izquierda, ya no caminan ni tan lento ni con tanto silencio como los otros, será que les avisaron que el sendero está limpio y que es más o menos seguro, me da la impresión que son enemigos, nosotros vamos en grupo de ocho a doce, pasan más de veinte, según puedo contar por las pisadas, no conversan pero su caminar es mucho más relajado, lo cuál es bueno para mí porque no me han descubierto y he demostrado que mi escondite es seguro, pero es malo porque cada vez hay más enemigos cerca, pero ánimo, las cosas van a salir bien, eso espero.  Se quedan en ese pequeño claro del bosque, se instalan, conversan en voz baja de cualquier cosa, el desanimo me cae todo el peso del desanimo, es imposible saber cuánto tiempo se van a quedar allí, en ese pequeño sitio de tierra más o menos firme, sin maleza, con árboles que lo fortifican alrededor, con casi una completa visibilidad sobre el sendero que viene de la derecha y se pierde en la izquierda, al mediodía cae el sol, es un lugar claro a esa hora, no hay grandes hojas en el techo del bosque como en el resto de la selva, un sitio bueno, bueno para ello, para mí se acaba de convertir en cárcel, las hojas y ramas que están en todo mi cuerpo ya no son parte del escondite perfecto, son los barrotes de mi cárcel, es una mortaja verde y marrón, una fuerza invisible que me clava a la tierra, me advierte que cualquier cosa que yo haga, fuera de pensar y respirar, me costará la vida, sentencia a la quietud absoluta, sin movimiento posible, que significa sin alma, el alma viva da actividad, inanimado, exánime, dueño de todo el intelecto que es lo mismo que estar contagiado de un mal que enloquece, somete a un ejercicio de dominación interna en el que lo dominado se anima solo, es como la rienda del caballo que si no se la ajusta el animal seguirá su rumbo, no necesariamente el buscado, es el instinto animal sobre la fuerza intelectual, el calabozo donde están encadenados juntos los mecanismos básicos de supervivencia y los conocimientos, el saber, el racionamiento, la más grande contradicción interna de lo bestial contra lo intelectual pero, gran paradoja entre las grandes, los dos dirigidos a un solo fin, sacar vivo a este hombre, la formas son diferentes y en ellas está la determinación de ganarle a la muerte o ganar la muerte, son miles de elementos en contra, muy pocos a favor, la presencia de los enemigos, la selva ahora amiga, ahora asesina, los animales ahora aliados, ahora feroces depredadores, el cansancio, los músculos huérfanos de animación, el miedo, el tedio, la sed y unas increíbles ganas de cagar, aunque no ha habido alimentos en el mi estómago, que debe ser el efecto de esta desmoralización que me va cubriendo, no debo dejar que me cubra, debo recuperar fuerzas, tengo que vencerme, tengo que llegar a casa con una medalla, no en un ataúd, si es que acaso en esta guerra uno tiene la opción de llegar en ataúd y no es antes tragado por la tierra, necesito recuperar el ánimo sino cualquier otra recuperación es imposible, creo que estoy en el camino correcto, un instructor decía que el primer paso para solucionar cualquier problema es tener conciencia de él, ya consciente que estoy a punto de ser derrotado por mí mismo busco volver sobre mi control, vuelvo a practicar el control mental, vuelvo a buscar estabilidad en mi respiración, que es darle regularidad a las funciones del cuerpo, además es urgente dominar las ganas de cagar, sería incomodísima primero la sensación de la salida de la caca, después la permanencia del desecho corporal en el cuerpo, luego las eses que se van secando y normalmente irritan, yo no sé si es tan terrible o me enseñaron que es terrible esa sustancia viscosa, que finalmente viene del cuerpo de uno, es una parte interna que debe salir para cumplir las funciones vitales, pero bueno, no es momento de buscar explicaciones racionales a cuestiones tan intrascendentes como eso, más importante ahora es ver qué hago conmigo, con mi situación, ya he logrado controlar bastante bien mi respiración, a veces me desconcentra el murmullo que viene de los soldados enemigos, definitivamente instalados en ese sitio y quién sabe hasta cuando, así es que a dosificar las fuerzas y a seguir luchando, hago un ejercicio de cuantificar la capacidad que me queda, creo que tengo todavía más de la mitad, que significa un día y medio, más o menos, manteniendo el control, hago la prueba de ajustar mi respiración contando cinco cuando inhalo, cinco cuando exhalo, si me estabilizado en ese nivel mi cuerpo trabajará menos que antes y podría extender mi resistencia todavía más, resistencia que también depende de la preparación física, porque la gente que se pasa el día sentado no quiere decir que tiene más capacidad para estar efectivamente sentado, no como nosotros que tenemos un excelente estado físico, nos vuelve más resistentes a todo, tanto a las largas caminatas como a los largos estados de quietud, de vigilia, en la instrucción nos hacían levantar a las cinco de la mañana y trotábamos unos 10 kilómetros, después nos lavábamos en el río y desayunábamos, luego había o más ejercicios físicos o instrucción de técnicas y tácticas, a veces el ejercicio era permanecer en absoluto silencio en una trinchera, en las tardes sabíamos hacer prácticas de tiro, de asalto, de incursión, de rescate, hasta hubo una vez que hicimos, durante una semana, un curso de prisioneros, nos tenían como si fuéramos el enemigo, no comíamos, no nos daban agua, nos sometían a presión intelectual, claro que a ese curso llegábamos solo los que estábamos realmente preparados, porque era muy fuerte, pero muy bueno para la hoja de servicio, superar ese curso daba más o menos la mitad de la calificación para aprobar el curso y recibir la promoción, por eso casi todos los metíamos a hacerlo, cierto que algunos, a la mitad, pedían que les anulen la prueba, era una salida que quedaba, pero no convenía, si aprobabas tu deber estaría en el frente, si no lo hacías quedabas para tareas de abastecimiento, que entre nosotros es como una actividad menor, el sicólogo de la unidad nos decía siempre que los hombres que están al frente no solo deben tener valor y fuerza física, sino, sobre todo, capacidad mental, el triunfo sobre el enemigo no estaba en el tamaño del arma, ni en el número de soldados, sino en ser más inteligentes que los otros, sobre todo en esta selva que es intrincada, difícil, es, como he dicho, una trampa, ahora que he logrado dominar mi respiración, que estoy con frecuencia de cinco segundos en la inhalación y cinco en la exhalación siento que estoy descubriendo la trampa, la estoy dominando, ya es bastante tiempo que estoy en esto, ya ha pasado el sol calentándolo todo, la temperatura subió mucho, sentí la humedad de la tierra subiendo, me sudó mucho la espalda, el fusil también se calentó, dibujó una línea de sudor en el estómago, donde está apoyado, pero el mismo calor termina por secarlo todo, ha habido algo de brisa, las hojas altas de los árboles se han movido bastante, he oído dos veces el paso de aviones subsónicos en vuelo rasante, han botado bombas no muy lejos de aquí, deben ser las cuatro de la tarde, una nueva patrulla de enemigos ha llegado hasta el claro, han instalado un mortero y han hecho unos diez disparos, pero esta vez todo este movimiento no me ha causado inquietud, es como oir llover, es la típica frase de mi madre, como oir llover, cuando mi padre llega borracho y blasfema contra todo y todos, para mi madre es como oír llover, es la misma atención que se da a los murmullos de los necios, es volverse ausente de las cosas intrascendentes, mi trascendencia está ahora en el control que pueda tener sobre mí mismo y el resto no importa, no es útil, es bien difícil que me descubran en ésta que he llamado mi cadalso natural, estoy tranquilo por ese lado, entonces lo que hagan esa cantidad impresionante de enemigos me tiene sin cuidado, me entrego tranquilo, hasta sonriente, a la muerte, pero también a la vida, lo que deba pasar pasará de cualquier manera, haga lo que haga, yo pongo mi pequeño grano de arena en la apuesta por la vida estando quieto, es solo un ejercicio para reducir posibilidades, controlarlas, he estado 24 cuatro en la misma posición, en el mismo sitio, en el mismo estado, todos los vivos que están allá afuera de mi protección buscando otros vivos para matar ya no me quitan mucho la atención , me son casi indiferentes, estoy cansado, cansado de tener los ojos abiertos, de tener el cerebro en un trabajo de altas revoluciones, no siento los miembros de mi cuerpo, me acuerdo de ellos muy de vez en cuando, cuando me acuerdo les hablo, mentalmente claro, les digo que estén tranquilos, que es el momento de recuperar energías, que se estén ahí sin hacer nada, que ya llegará el momento en que ellos me salven la vida, que aprovechen este paraíso de quietud, que yo, mi mente, nos encargamos del resto, de conseguir la vida, entonces vuelven a ese letargo obligado, a la inactividad absoluta, pero todo esto me cansa, esto de poner a mi cuerpo en el estado de congelación no es tarea fácil, que pruebe cualquiera a estarse totalmente quieto por una hora y sabrá lo que es esto, que ahora se complica más porque una gran gota de agua me ha caído en el hombro, logro distinguir que el cielo se ha nublado, ha cubierto de sombras toda la selva, ha bajado la temperatura, es hora de la lluvia, de los aguaceros normales de esta parte del mundo, aquí un cielo profundamente azul se puede convertir en una sabana gris en minutos, por eso los técnicos le llaman bosque húmedo tropical, así como hace un sol estupendo, caen unas tormentas de miedo y aquí viene uno de esos desplomes feroces de agua, para completar mi larga lista de males agua, ya me han caído tres grandes gotas en la cara, ya se va humedeciendo todo, una araña del tamaño de mi mano se guarece entre mis piernas, que están cubiertas de hojas grandes, es negra con unas rayas tomates que salen del centro y terminan en cada una de sus ocho patas, ahí se ha acurrucado, las arañas no hacen nada, ningún animal de la selva hace nada mientras uno no le ataque o le muestre miedo, te pueden agredir si tienen mucha hambre y tú les demuestras que tienes miedo, pero si no, no te hacen el menor caso, como esta araña, esta tarántula que se protege del frío y de la lluvia entre mis piernas, ya estoy totalmente mojado, la lluvia cae con fuerza, me doy cuenta que esta es una bendición para mí, el sonido de las gotas cayendo en las grandes hojas hace un ruido sordo, muy fuerte, esto es perfecto para mí, es el momento de descansar, de dormir con alguna tranquilidad porque puedo hacer algún movimiento sin que los enemigos se den cuenta, perfecto, ahora cerebro, duerme, descansa.

Nunca sabré cuánto tiempo me dormí. Cuando comenzó a llover estaba atardeciendo. Cinco y media de la tarde, quizás. Es de noche. No ha parado de llover. No creo que deje de llover. Tengo mucho frío. No hay una parte de mi cuerpo que no esté húmeda. Los dedos de mis pies y los de mis manos están contraídos. Soy un solo temblor. Sobre mis ojos hay unas gotas que descienden hacia la derecha en línea recta. Ha vuelto a poner la trampa. El alambre casi me toca la nariz. Tengo mucho frío. Ni siquiera mi espalda, pegada a la mochila, está seca. Me duelen los riñones. Estoy aturdido. Tengo que calentarme. Quiero irme. Dios mío, dame la muerte, pero no me des esta vida. Mierda, tres veces más mierda. Me orino. Siento el calorcito bajándome entre las piernas. Muevo la cabeza a la derecha y a la izquierda. Maleza, hojas, ramas, selva. Muchas cosas o nada, da lo mismo. Tengo que calentarme. Hace mucho frío. La araña ya no está en su refugio. ¿Desde hace cuánto tiempo? La tierra se afloja, mi lecho se hunde. Ya no lo soporto. Recuerdo una marcha forzada, un entrenamiento. Cinco días a través de un pantano. Cinco días con el agua por lo menos hasta la cintura. Cinco días mojados. Todos terminados con hongos en los pies. Oigo que muy cerca se ha formado un arroyo. El agua baja por allí haciendo ruido. El arroyo va creciendo. Aprovecho el ruido de la lluvia otra vez. Muevo mi brazo izquierdo hacia arriba, hacia atrás. Llego al bolsillo de mi mochila. La abro. Busco otras galletas. Hay una sola masa húmeda. Meto bien la mano. Tomo todo lo que alcanza en mi mano. Traigo hacia mi boca mi poco. El resto se deshace en el camino. Cierro los ojos y abro mucho la boca. De gota en gota aplaco la sed. Trago de cuando en cuando para sentir un buen bocado de agua. Abro los ojos porque me ha caído una hoja en la boca. La escupo. Estoy mareado. Me acuerdo de mi padre, del ascenso, de la medalla, de mi madre, de su cuadro de la Virgen del Cisne, de mi pueblo, de las sopas de bagre en el mercado, de mis amigos, del velorio de mi abuela, de la feria popular de noviembre, de mi profesor de matemáticas, de la guitarra del Lucho, de mi graduación como cadete, de la falda corta de Teresa, de los diez machetazos que le dieron a Leonidas, de Vicente, Camilo, María Dolores, amo a María Cristina con todo mi corazón, de la barraca en el cuartel, de los caballos blancos en el rodeo criollo, de las zambullidas en el río, de mi padre marcando reses, de mis hermanos el día de navidad, de mi carrito de plástico, de las prácticas de tiro al blanco. Me acuerdo del Lucho y su frase preferida: sereno moreno. Me tranquilizo, tengo la respiración desordenada, mis músculos no dejan de temblar. Está bien, ya dormí, ya descansé, hora de volver a esta lucha, hora de respirar contando cuatro cuando inhalo, contando cuatro cuando exhalo, calma, necesito calma, tengo que concentrarme, tengo que dominarme, tengo que batir todos los récords existentes, no solo que voy a obtener el ascenso y la medalla, sino que los instructores va a hablar de mí a sus alumnos como ejemplo de aguante, como la manera perfecta de congelarse, de no ser sentido por ningún ser vivo, menos por un soldado que no tiene la intuición de un animal, el ejercicio perfecto de controlarlo todo con la mente, de superar incluso lo que ahora me preocupa, el frío, ya está estable la respiración, es hora de pelear contra el frío, vamos a ver si en esto también funciona el cerebro, lo que tengo que hacer es respirar con más fuerza, que la sangre corra con más fuerza por mis venas, eso me dará algo de calor, es lo mismo que el movimiento pero sin que los músculos hagan ningún trabajo, inhalo contando cuatro pero metiendo más aire en mis pulmones, exhalo con más fuerza, está parando de llover, entre las nubes ya se puede ver cierta claridad, es un nuevo día, un nuevo día que voy a vencer, esta es la hora más fría, pero la respiración fuerte me ayuda, ya no tiemblo tanto sino de cuando en cuando, siento que toda la turbación anterior me sirvió para removerme, para recuperar la fe en mí mismo, en mi batalla contra mí mismo, el día ya está más solido, a un calorcito que cubre todo, la humedad está subiendo, el olor a tierra es muy fuerte, maravilloso, los enemigos han comenzado a moverse, habrán dormido cubiertos en sus hamacas y estarán secos, estarán comiendo algo, me acuerdo de una frase del dirigente del partido socialista de mi pueblo que nunca tenía plata, cuando estaba realmente muerto de hambre decía que la comida era un placer burgués, nos daba tanta gracia que entre todos le comprábamos cualquier cosa, eso me pasa ahora, comer es un placer burgués, no me hace falta, ya comeré algún rato, algún rato he de descansar y si no es el caso, ya voy a descansar bastante cuando me muera, en el alambre que está sobre mi nariz ha quedado una gota de agua suspendida, muevo un centímetro mi cabeza para arriba, la absorbo con fuerza y la atrapo, he vencido, debo vencer el dolor de riñones que se está volviendo grave, es lógico, ya estoy unas 36 horas echado, algo grave me pasaría si no me doliera nada, los soldados enemigos se ha puesto en marcha para la derecha, son muchos, otros tantos llegaron hace un momento y todos van para la derecha, es obvio que todavía no puedo irme de mi refugio, algo debe pasar porque no es normal ver a tantos soldados juntos en estos lares, algo grave, dos helicópteros han hecho varios sobrevuelos rasantes, han dejado caer bombas, todo esto a mi derecha, he oído pasar unas tres veces los aviones, el ruido de disparos se hace cada vez más fuerte, calculo que debe ser el 13 de enero, ha puesto bastante cerca dos o tres morteros, disparan con frecuencia, ha venido otro grupo de soldados, se han quedado en el claro, están tensos, se mueven mucho, los disparos se oyen más cerca, ahí hay un verdadero combate, se han desatado todas las fuerzas, pero yo debo estar tranquilo, hasta no estar seguro, he llegado desde la izquierda algunos soldados muy agitados, su jefe da las órdenes a gritos, les ordena que instalen rápido los morteros, no se demoran casi nada, disparan uno, disparan otro, uno más, son tres, hacen pausas de unos tres minutos, escuchan algo en la radio, el jefe ordena modificar las miras, vuelve otra serie de disparos, otros soldados han regresado, están muy agitados, llegan otros desde la izquierda, informan que traen municiones, el jefe les ordena que sigan por el sendero a la derecha, otra vez vienen los helicópteros, circunvalan varias veces, se quedan suspendidos, se escucha el disparo de cohetes que van a explotar con gran ruido, se oye los disparos de demasiadas armas, debe haber unos doscientos o trescientos hombres disparando, mucha gente para esta selva, regresa un grupo gritando que traen heridos, dicen que son cuatro, se quejan, gritas ayayayes incontenibles, debe haber un médico allí porque los heridos callan, les deben haber inyectado morfina, el jefe ordena que los saquen del claro, se van por el sendero hacia la izquierda, con todo este rebulicio ya he perdido hace rato la estabilidad de mi respiración, sin ser un actor directo de lo que está pasando tengo la adrenalina que me fluye, han regresado otros soldados trayendo heridos, uno dice que debe haber unos 15 muertos de su grupo, le cuenta a su jefe que los están haciendo retroceder, el jefe ordena que recojan los morteros y se replieguen, el claro se queda en silencio, a la derecha siguen sonando los tiros, oigo que llega otro grupo, conversan entre ellos, son los que iban con las municiones, comentan que no pudieron llegar, que les cortaron el camino, deben estar rodeados y sin parque, difícil situación, ya es un poco más del mediodía, siguen apareciendo soldados que llevan heridos, salen con mucho esfuerzo, con mucho apuro, el sendero debe estar muy pesado por toda la lluvia que cayó anoche, los soldados ahora ya no regresan caminando, sino trotanto, el sonido de fusiles es más cercano, de tiempo en tiempo siento que pasan los proyectiles de los morteros de izquierda a derecha, uno pego en lo alto de un árbol que está cerca, se me viene encima hojas y ramas, estoy ya totalmente cubierto de vegetación, llega otro grupo pero estos soldados caminan de espaldas mientras disparan, hay muchas balas que llegan desde la derecha, ya casi no hay una hoja que no haya sido atravesada, el ruido es terrible, los enemigos siguen replegándose, no tengo idea cuántos más quedarán a la derecha, su jefe les da órdenes a gritos, que se protejan, que se cubran, llegan otra vez los helicópteros, vuelven a disparar cohetes, caen a unos 20 metros de donde estoy, acaban con sus municiones, levantan el vuelo y desaparecen, hay otro grupo que ha llegado a ese claro, las balas silban por todas partes, es un caos terrible, saco mi cuchillo y corto el alambre con la trampa que todavía está a centímetros de mi nariz, explotan las granadas en que están en los árboles, se activan las bengalas, cae otra granada en el claro, a unos cinco metros de mi guarida, un cuerpo ha salido volando y cae encima mío, distingo enseguida a un soldado enemigo, rápido libero mi brazo derecho, saco el cuchillo y le degüello, veo que tiene el cuerpo con muchas esquirlas, ha quedado con su cabeza suelta a la altura de mi cintura y el cuerpo estirado hacia adelante, los disparos de mortero caen muy cerca, a unos diez metros, con el cuchillo corto el alambre que está todavía sobre mi narices hora de activarse, cierro los ojos y ordeno a mis piernas, a mis brazos a mis manos que se muevan, terminaron las vacaciones,  retiro el cadáver que está encima, me ajusto la mochila, levanto la mira, tengo el cañón de un fusil al frente, ajusto el foco de mi vista y veo frente a mí a unos ojos vidriosos, con una intensidad de terror.
– ¡Sargento!
– ¡Qué haces aquí!, ¿no estás muerto?
– ¡No, sargento, estaba congelado!
– ¿Estás bien?
– Solo quiero cagar.

 

Este relato forma parte del libro

«Crónicas de Héroes y Mártires»,

Editorial El Conejo, 1998.

 

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